EL BIEN – EL CLUB DE LOS JUEVES

EL BIEN – PUB PADDY BURKERS - EL CLUB DE LOS JUEVES (26.ENE.23)

Como consecuencia de la interesante charla que pude disfrutar el jueves pasado, asistiendo por vez primera al célebre Club de los Jueves, escribo estas líneas a modo de reflexión, siendo consciente de mis carencias pero sabiendo también que el esfuerzo constante en la formación amplía mi conocimiento y me acerca cada vez más a la Verdad. Y he de reconocer que, después del diálogo que mantuvimos, mi visión sobre lo bueno y lo malo, el Bien y el mal, se ha visto modificada.

Alberto Vidal iniciaba el diálogo lanzando las siguientes preguntas: ¿qué es el bien? ¿es algo objetivo o relativo? ¿existe el mal de igual modo que existe el bien? ¿qué queremos expresar con la palabra “bien”? ¿cómo definimos este término?

Sócrates aseveraba que el bien era el conocimiento y el mal la ignorancia.

Para Platón, el Bien es lo que da la verdad a los objetos cognoscibles, el poder conocerlos al hombre, luz y belleza o las cosas, etc.; en una palabra, es la fuente de todo ser en el hombre y fuera de él. En la analogía que Platón hace de la idea de Bien (mundo inteligible) y el Sol (mundo sensible) afirma que así como el sol es el centro del cosmos horatós (mondo visible / sensible) alrededor del cual todo gira, el Bien es el centro del cosmos noetós (mundo inteligible) en cuya razón todo consiste y es.

Aristóteles define el bien como aquello “en vistas a lo cual”, es decir, como fin y ve el mal como carencia. Para él, el mal no tiene causa; ni formal, ni eficiente, ni final; tiene solo causa material.

San Agustín de Hipona usa el término bien como sinónimo de perfección, de ser. Dios es el supremo Bien y el supremo Ser por sí mismo, por su propia naturaleza y esencia. Y el mal no es más que la corrupción o pérdida de las características que constituyen a todo ser. Es el daño que sufren las criaturas en virtud de su vulnerabilidad radical, daño que prueba su bondad ontológica.

Santo Tomás de Aquino pone de manifiesto que el mal se opone al bien, y como el bien es algo propio de todo ser que existe –pues siempre es mejor ser que no ser y cada ser tiene la tendencia a permanecer en su ser y a desarrollarse-, parece que el mal es algo que se aleja del bien y, por tanto, del ser.

Esta es mi reflexión:

El Bien es por sí mismo y no depende ni varía en función de la percepción de cada uno, es lo superior, lo más elevado, lo mejor. Si reconocemos que el Bien es lo superior, no hay nada equiparable a él, y por tanto no podemos presentar el mal en su mismo plano, entonces ¿no existe el mal, lo malvado? Sí, pero no como algo en sí mismo. El frío es ausencia de calor, por tanto, en la medida que un cuerpo pierde calor se enfría. La oscuridad es ausencia de luz, y en la misma proporción que la luz mengüe aumentará la oscuridad. Lo mismo ocurre con el mal, en la medida que nuestras acciones se alejan del Bien, éstas, tenderán al mal en igual proporción. Por tanto, podemos afirmar que el frío, la oscuridad y el mal no son en sí mismos, sino que dependen de la ausencia del calor, la luz y el Bien. Que no sean en sí mismos no supone que nuestra realidad humana no perciba la diferencia, y por tanto, el ser humano necesita establecer lo uno y lo otro en su vocabulario para poder identificar cada situación, una aparente dualidad que no es tal, ya que el mal por sí mismo no puede existir. Y si establecemos que el Bien es lo superior y el mal es la ausencia de éste, y por tanto no es posible una dualidad ¿es correcto afirmar que existe una lucha entre el Bien y el mal? San Agustín de Hipona afirma que el Alma del hombre es principio de vida y esto es válido para toda sustancia que se precie de tal, así pues, no puede tener otro origen que la fuente misma de la vida que es Dios. El origen del Alma está en Dios, que es el Bien, y la naturaleza del hombre le lleva al Bien, pero en su libre albedrío puede optar por acciones que se alejan del Bien, movido por las bajas pasiones o por la ignorancia, y éstas hieren su conciencia. La reiterada elección de opciones que nos alejan del Bien terminan por liquidar a la conciencia que nos permite discernir entre lo que nos acerca al Bien y lo que nos aleja de él. Termina por corromper el Alma. Es en esa situación, con el Alma corrompida, cuando el hombre que se ha alejado del Bien a una distancia que no le permite reconocerlo se sitúa él mismo como centro de todo, en lugar del Bien. Movido únicamente por su interés, buscando, sin acierto, lo que cree que es el Bien para sí, no duda en actuar aún siendo sabedor que su acción provoca un daño en los demás. Es por tanto capaz de manipular y pervertir a cuantos se encuentran a su alrededor para servirse a sí mismo, sin importarle el alcance del daño que pueda producir, pues su voluntad es conseguir su propósito por encima de todo. Para ayudar a entenderlo establezco tres planos, ordenados en vertical, donde en el primero, el de más arriba está Dios, quién solo él es bueno. Es el Bien, lo superior y a lo que debemos aspirar. El Bien es Dios, que está por encima de todo y es superior a todo, todo lo que crea Dios es bueno y está orientado al Bien. Pero el ser humano en el ejercicio de su libre albedrío puede optar por acciones que se alejan del Bien, este es el segundo plano. En el que se libra la batalla entre el bien y el mal, las acciones que nos acercan al Bien y las que nos alejan de él. Es el plano colectivo, el de la sociedad en la que vivimos, donde se da la lucha de poderes y la solidaridad, la envidia y la generosidad. Con una estructura organizativa política, actualmente corrompida, más preocupada por el interés particular que el general y del bien común ni hablamos, salvo honrosas excepciones. Y el tercer plano es el personal, el del individuo. Similar al segundo plano tanto en cuanto también se libra una batalla constante por la elección, internamente del bien o el mal, de la toma de decisiones que nos acercan al Bien o nos alejan de él. Para no alejarse del Bien en la toma de decisiones, es necesario permanecer en constante formación, y como dice la oración del Cardenal Verdier “Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar.” Debemos aspirar a conocernos a nosotros mismos, con nuestras virtudes y defectos, y a través del conocimiento acercarnos a la Verdad en una vida ordenada que nos lleve al Bien, para poder ayudar a los demás en su búsqueda del Bien.

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